sábado, 6 de octubre de 2012

3- El comienzo


Se habían conocido en el secundario. Todos iban al Divina Concepción de Jesús, colegio católico, tradicional y centenario enclavado en el corazón de Palermo, frente a la Plaza Guemes. Estaban en tercer año pero sólo se tenían de vista o poco más. Habían hecho toda la primaria y los primeros años del secundario en la misma escuela, aunque en divisiones diferentes. Por obra y gracia del hambre de facturación de la dirección, había un a), un b) y un c). Los mellizos iban al curso a), Beto al b) y Daniel al restante. Los mellizos y el gordo se trataban por jugar juntos en el equipo de rugby de la escuela. Beto era pilar a partir de su peso, vehemencia y comprensión del juego, en tanto que Román y Lucio eran los wings de la escuadra. Veloces como el viento, aunque de cuerpos estilizados. Otro estilo, aunque no arrugaban nunca. El coraje estaba allí mismo. Sólo había que raspar un poquito con la uña. A fin de cuentas era bien poco lo que compartían más allá del vestuario y los entrenamientos de entresemana. Vidas diferentes. Amigos diferentes. La adolescencia es un universo de islotes, a veces separados por auténticos abismos. 

Sin embargo, sus destinos se unieron íntimamente durante algo tan cotidiano como un recreo. Román había dicho presente en la consideración de todos ganándose a una chica de cuarto año. Ella lo había buscado y él no había hecho nada para impedirlo. De algunos histeriqueos en el patio habían pasado sin escalas a un anochecer pleno de manotazos y jadeos en un pallier anónimo de la calle Julián Alvarez. Todo iba bien para él, excepto por un detalle: La chica salía con uno de los bravucones de quinto, de esos que andaban siempre juntos y gustaban de martirizar a los más chicos. El pibe se enteró por comentarios. A esa edad los chismes de ese tipo corren como reguero de pólvora, y llegan indefectiblemente a los oídos menos indicados, agrandados y distorsionados. El novio despechado era un grandote rubio, con la cara llena de acné y pelo desordenado. Andaba siempre con otros tres que parecían cortados por la misma tijera. Un ejemplo escolar de producción en serie. En el manual de supervivencia del alumno secundario, estaban en el primer renglón del capítulo “Gente con la que no hay que meterse”. Román, sin saberlo, le había quitado el cascabel al gato. Y el gato se había despertado.

Un par de días después de los osados escarceos con aquella rubiecita hermosa de tetas firmes, Román estaba parado en el patio durante el recreo largo de las 11.00. Con su hombro apoyado contra una columna, conversaba con una compañera de su división prometiéndole el oro, el moro y las siete maravillas del mundo a cambio de un beso y algunas otras cosas. El grandulón salió de su aula y enfiló directo hasta donde la parejita  estaba en la suya, ajena al mundo circundante. Algunos de los pibes más grandes  percibieron el germen de una pelea y aún sin dejar de hacer lo que fuera que estaban haciendo, comenzaron a prestar atención a la escena. El rubio se detuvo a unos centímetros de Román y le clavó los ojos, desafiante. El mellizo supo de inmediato de qué venía la cosa, pero optó por hacerse el desentendido. De todos modos el silencio era más pesado que las palabras y el propio Román decidió romperlo con una pregunta pueril…

-Qué? Pasa algo?

-Pasa que Valeria es mi novia. Pasa que te la transaste, pendejo. Y pasa que te voy a romper la cabeza…

-Yo no sabía. Creo que tenés que hablar con ella, no conmigo…

El pibito era osado, eso era innegable, pero estaba caminando por una cornisa muy delgada. Con esas palabras dio por terminada unilateralmente la conversación y se volvió hacia su compañera dispuesto a seguir en lo que estaba un minuto antes. El divertido murmullo de los testigos ocasionales del intercambio impregnó el aire y la cara del grandote se tiñó de un rojo furioso. A su enojo inicial se sumaba ahora la humillación pública. No podía dejar que las cosas terminaran así y decidió hablar en el lenguaje que mejor conocía. Sin advertencia previa disparó su puño derecho, que fue a estrellarse como una bala de cañón en el oído izquierdo de Román, que cayó al suelo algo atontado, su oreja roja y un zumbido intenso que no cesaba en el interior de su cabeza. Mientras la chica gritaba y huía espantada, el grandote se arrodilló a su lado y golpeó una, dos, tres veces a Román en la cara. Su nariz y su boca comenzaron a sangrar. No era una buena pelea: La diferencia física no lo permitía. Aún así, el mellizo se revolvía sobre su espalda e insultaba a su agresor…

-Dale, pegame cornudo…Sí, estuve con tu novia, y qué?...Era hora de que alguien la atienda como corresponde…forro!!

Cuando el rubio se disponía a seguir remediando con golpes lo que su corto ingenio no podía solucionar, algo sólido lo impactó en la espalda haciéndolo caer de bruces. No fue un golpe violento, por lo que logró rehacerse de inmediato y ponerse de pie. Al darse vuelta pudo ver a Lucio blandiendo una silla de las que usaban en las aulas.

-Dejá tranquilo a mi hermano, hijo de puta…

Antes de que pudiera comprender del todo el dinámico escenario planteado, tres de los amigos del rubio le arrebataron la silla de las manos a Lucio y comenzaron a golpearlo. Uno le pagaba, mientras los otros dos lo sostenían. Cuatro muchachos corpulentos de diecisiete años contra dos algo más jóvenes y decididamente más débiles. Y nadie se metía a separar. La atracción hipnótica de las peleas es irresistible para los jóvenes. Los preceptores y los curas brillaban por su ausencia…

Y entonces apareció Beto.

2 comentarios:

  1. Y se armó la trifulca, se armó...

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  2. Las peleas en el patio: Un clásico.

    Todavía no sabemos si vamos a amar a Daniel o lo vamos a odiar.

    Besote

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