Beto comenzó a trepar con dificultad. La cerca tenía poco más de dos metros,
pero a él se le antojaba un Everest burlón dispuesto a desacreditarlo. Con la
frente perlada de sudor y resollando sonoramente, llegó a la cúspide y pasó con
vacilación su pierna derecha por sobre el paño de rejas. Luego hizo lo propio
con la izquierda, y la inercia hizo el resto: El peso de su cuerpo fue
demasiado para que sus brazos programaran un descenso controlado, y cayó del
otro lado del vallado sin elegancia alguna, con su espalda sobre el camino de
pedregullo rojo y sus dos piernas hacia el cielo. Estaba ileso, aunque herido
en su orgullo. Daniel y los mellizos reían a carcajadas, mientras Beto los
miraba con rencor infantil…
-Son boludos ustedes, eh! Se ríen de cualquier cosa!
El enfado del gordo sólo incrementó la risa de sus amigos, que siguió por
varios segundos. La caída de Beto sería anécdota obligada en cada reunión por
un buen tiempo, aunque él no se sumara a la diversión y se limitara a sacudirse
el polvillo rojizo de la remera negra de manga larga que abultaba en exceso a la
altura del abdomen.
Pasado el momento jocoso, Daniel se acercó al bolso y lo abrió con solemnidad,
acuclillado en el suelo. Tomó del interior dos puntas de albañilería de
extremos muy agudos. Luego volvió a introducir su mano en el bolso y sacó
sendos tramos de metal de un grosor parecido: Las puntas y estas extensiones
encajaban a la perfección. Lo que tenía ahora entre manos eran dos varas de un
metro de largo, punzantes por demás. Se dirigió a los mellizos.
-Estas son para Ustedes…Está bien?
Fruncieron el ceño casi al unísono, una vez más como si se tratase de una
imagen especular.
-No hay otra cosa? –preguntó Román por los dos. Sabía bien qué había que hacer,
y hacerlo con aquellas varas no lo entusiasmaba en absoluto.
-Pueden agarrar piedras del suelo. Tienen miedo?-Ya asomaba en el rostro de
Daniel ese rictus burlón que le gustaba utilizar y que ellos tanto odiaban. No
le iban a dar el gusto. No esta vez.
-Las puntas están bien. Sólo preguntaba…
Román tomó una de aquellas piezas caseras y le extendió la otra a Lucio. Las
blandieron a modo de prueba, calculando su peso y alcance. Parecían conformes,
más allá del recelo inicial.
Daniel entonces sacó un bastón de madera de unos ocho centímetros de diámetro y
cuarenta de longitud, de esos que usan los camioneros para controlar la presión
de los neumáticos. A la altura de su mango, su grosor disminuía facilitando el
agarre y contaba también con una pequeña lonja de cuero para ajustarlo a la
muñeca. Se lo dio a Beto.
-Tomá, Bestia. Yo sé que a vos te gusta esto…
Beto sonrió, guiñó un ojo y
se calzó la anilla de cuero en la muñeca derecha.
El bolso ya estaba casi vacío, excepto por unos hierros que se entrechocaban en
el fondo de su boca negra con labios de cierre relámpago. Con movimientos
cortos y la habilidad de quien sabe lo que está haciendo, comenzó a ensamblar
diferentes piezas de lo que parecía ser un mecanismo único. En pocos instantes
se develó la incógnita y una flamante ballesta refulgió en la noche. Daniel la
miró con orgullo paternal y se dirigió a sus amigos, que no salían de su
asombro…
- Les gusta?
- Hijo de puta! Está buenísima! De dónde la sacaste?
- Me la regaló mi viejo. La estuve probando el fin de semana en el terreno de
las vías. Le pego a todo lo que le tiro.
- Y nosotros con esta mierda mientras vos tirás con esa belleza? –Beto fue el
único que atinó a ensayar la tímida protesta.
- Viste? El mundo no es un lugar justo…
Con ese comentario Daniel dio por terminada la cuestión. Tenían cosas más
importantes por delante. Consideró oportuno dar un par de indicaciones.
-Muchachos, les cuento cómo es: Acá los gatos son plaga, pero no los pueden
matar por derecha porque si se enteran los ecologistas se pudre todo. Uno de
los vigiladores entrena conmigo en el gimnasio y me ofreció esta changa.
Treinta mangos por gato. Hay que matarlos y sacarlos. Mientras hablaba, les iba
dando una bolsa de consorcio negra a cada uno de sus compañeros-. Hay un
arreglo con la seguridad privada. Tenemos una hora sin que nadie nos moleste,
pero si nos ve algún vecino, un patrullero o un boludo que pase por la calle,
estamos por nuestra cuenta. Ellos van a negar todo y nos metemos en flor de
quilombo. No sé Ustedes, pero yo me pienso divertir a lo grande.
Ni los mellizos ni Beto repreguntaron. Daniel había sido claro como el cristal.
Siempre lo era.
-Cada quien cobra por lo que produce. Más gatos, más platita. Vamos?
Salieron los cuatro trotando
en diferentes direcciones, internándose en la negrura arbolada del Botánico.
Las siluetas de decenas de gatos se dibujaban sobre las superficies sembradas.
El sitio estaba atestado. Los felinos se habían reproducido como conejos, un
ejército de ojos astutos y orejas puntiagudas.
En ese contexto los cuatro
cazadores urbanos comenzaron su pequeño safari furtivo.
Decime que NO te enojas si te confieso que me es dificilísimo enganchar con esta nueva historia... :(
ResponderEliminarBESOS VAMPÍRICOS
Me pasa igual que a GABU. Pero presumo que es solo cuestión de tiempo.
ResponderEliminarY bien poco.
No las culpo. Es como una peli cuando el trailer no te dice nada...
ResponderEliminarConfío en que me den una chance. Tengo la idea madre de la historia y le tengo fe.
Si se aburren, al menos pasen cada tanto a saludar jaja
Besos a ambas dos.
Que lento corre el tren!!!
ResponderEliminarYa vaaa, ya vaaa!
ResponderEliminarjaja